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Esta cumbre es el resultado del empeño de Nicolas Sarkozy que presentó, en febrero de 2007, su iniciativa de construir una Unión Mediterránea. La propuesta inicial fue sufriendo modificaciones importantes para desactivar los recelos que despertaba a ambos lados del Mediterráneo y especialmente en Alemania. Superadas estas dificultades, los líderes de esta región fueron capaces de sobreponerse – aunque sólo fuera por unos días – a las rencillas y a los conflictos que les enfrentan para intentar construir un futuro mejor para el Mediterráneo. No obstante, nada asegura que la energía puesta en esta nueva fase de las relaciones euromediterráneas sea suficiente para alcanzar los objetivos de paz y prosperidad evocados desde hace décadas.
El Mediterráneo y el futuro de Europa La Unión Europea y sus países-miembros son conscientes de que sus intereses, políticos, económicos y de seguridad, están ampliamente ligados a los niveles de democracia, desarrollo y bienestar en la otra orilla del Mediterráneo. Los conflictos entre árabes e israelíes, la violencia en Argelia o los niveles de pobreza en Marruecos acaban repercutiendo en los países europeos y especialmente en aquéllos que, como España, Portugal, Francia o Italia, están más próximos a esta realidad. No obstante, en una Europa unida, en la que desaparecen las fronteras interiores y cuya población tiene los orígenes más diversos, lo que suceda en el Mediterráneo también acaba repercutiendo en Berlín, Londres o Helsinki. La Estrategia Europea de Seguridad de 2003 puso por escrito un hecho que muchos llevaban repitiendo desde hacía décadas. A pesar de que algunas voces siguen pensando que una Europa fortaleza sería capaz de preservar altos niveles de prosperidad, ajena a las sacudidas del mundo e incluso de sus vecinos, desde los años noventa la Unión Europa ha dejado claro que el desarrollo de los países Mediterráneos es uno de sus objetivos prioritarios. Con esa intención se lanzó en 1995 el Proceso de Barcelona y con este fin se han dedicado importantes – aunque insuficientes – esfuerzos humanos y financieros. Desde la esfera gubernamental pero también desde la sociedad civil, se ha trabajado a diario para aumentar el diálogo político, los intercambios comerciales y para lanzar proyectos específicos en campos como la educación, el medio ambiente o el patrimonio artístico y cultural. Han sido años de acciones concretas cuya principal virtud ha sido la constancia y la capacidad de mantener el trabajo común a pesar de los conflictos que han afectado esta región. Con todo, trece años después se ha ido imponiendo la constatación que estamos lejos de transformar el Mediterráneo un lago de paz y crecimiento económico. Las desigualdades persisten y en ocasiones se amplían. Los conflictos antiguos siguen latentes, cuando no completamente abiertos, impidiendo trabajar con un espíritu de cooperación real. El sueño de crear un Mediterráneo integrado, un espacio humano único con un intercambio cultural real, está lejos de la realidad que a diario se vive en las ciudades de ambas orillas. El Proceso de Barcelona nació con el entusiasmo de haber alcanzado, dos años antes, los acuerdos de Oslo para el conflicto en Oriente Próximo. Poco después, el aumento de la tensión, especialmente tras el asesinato de Rabin y la victoria de Netanyahu, acabó limitando los espacios de cooperación que se abrieron en 1995. A lo largo de estos años no han faltado los intentos por relanzar el marco euromediterráneo, siendo uno de los más recientes la cumbre que se celebró en Barcelona en 2005, en ocasión del décimo aniversario de la primera conferencia euromediterránea. Desgraciadamente, ninguno de esos intentos fue suficiente para devolver el entusiasmo de 1995.
El efecto Sarkozy La elección de Nicolas Sarkozy como Presidente de la República, se convirtió en un revulsivo para las relaciones euromediterráneas. Querría Sarkozy crear una nueva iniciativa al servicio de los intereses de Francia o estaría dispuesto a trabajar colectivamente, implicando a todos los países del espacio euromediterráneo? Tanto en los países europeos, como en el mundo árabe, Israel y Turquía se seguía con una mezcla de interés y recelo, el giro que Sarkozy quería dar a la política de Francia hacia la cuenca mediterránea. Las primeras propuestas, expuestas por el propio Sarkozy o por sus más íntimos colaborares, planteaban una Unión Mediterránea que debía trabajar en proyectos concretos pero que también debía dotarse de nuevas instituciones y aumentar su visibilidad. Uno de los puntos más polémicos de esta propuesta es que quedaba restringida a los países ribereños Así pues, dejaba fuera a países como Alemania o Suecia que se habían implicado intensamente en la cooperación euromediterránea y, a su vez, relegaba la Comisión Europea a un segundo plano. Países como España o Italia, con los que sí se contaba, no se sentían demasiado implicados en la formulación de esta propuesta y siguieron recalcando las virtudes del marco tradicional de Barcelona. En la orilla sur, se veía con interés la voluntad francesa de reactivar la política mediterránea pero también se veía con inquietud la división que dicha propuesta causaba en Europa. Activistas de ambas orillas del Mediterráneo también mostraban su malestar por la omisión de las cuestiones vinculadas a la democracia y los derechos humanos en las formulaciones iniciales. A la luz de estas reticencias y, especialmente de las presiones de países como España y especialmente de Alemania, la propuesta de Sarkozy fue experimentando una transformación gradual hasta modificarla sustancialmente. Así pues, todos los países de la UE fueron invitados a la cumbre de París, se preparó esta cita implicando plenamente a la Comisión y se confirmó que los objetivos y documentos del Proceso de Barcelona seguían siendo válidos. Esa cumbre consiguió reunir a 43 líderes del especio euromediterráneo, introdujo un nuevo método de trabajo en la gestión de los proyectos, se acordó aplicarlo a campos como la protección civil, la energía solar o la descontaminación y, además, se crearon nuevas estructuras de funcionamiento. No obstante, todos o casi todos estos cambios podrían haberse realizado en el marco tradicional del Proceso de Barcelona. De hecho, el principal resultado de esta cumbre fue que reflejó una voluntad de cooperación y diálogo y propició encuentros de alto nivel entre libaneses y sirios y entre palestinos e israelíes. Visto en perspectiva, se constata que el particular estilo de Sarkozy hizo que la iniciativa empezara su andadura levantando recelos. A los responsables franceses les faltó modestia y voluntad de concertación. No obstante, una vez asumidos estos errores, las energías desplegadas por el Presidente de la República, por el equipo del Eliseo y del Quai d'Orsay sí que dieron frutos. Como viene repitiéndose desde entonces, el principal éxito de Francia ha sido situar de nuevo al Mediterráneo en el centro de la agenda. En suma, en julio se inició, con amplio respaldo, una nueva etapa en las relaciones euromediterráneas. Ahora cabe esperar que no se desperdicie la oportunidad, que no se agoten las energías y que se dote de contenido a los acuerdos alcanzados. La experiencia de la última década parece indicar que no será una tarea sencilla.
Qué nos depara el futuro? Los conflictos regionales, la aparición de nuevas prioridades o la falta de una voluntad política compartida han sido elementos que han disminuido las posibilidades de éxito de las políticas mediterráneas de la UE y del Proceso de Barcelona. Tras la cumbre de París, es especialmente relevante preguntarse si estos obstáculos seguirán existiendo o si, por el contrario, esta cumbre abre un camino de no retorno hacia una política mediterránea más fuerte, más bien articulada y mejor dotada. Desgraciadamente, pocos índicos apuntan hacia este último escenario. Por un lado, porque la matriz de conflictos que azota Oriente Medio no está desactivada y puede traducirse en nuevas tensiones en la región que minen el clima de cooperación conseguido en julio de 2008. Por otro lado, porque para muchos países hay otras prioridades tan o más importantes que el Mediterráneo. En ese sentido, la política rusa en su entorno inmediato, y especialmente en el Cáucaso, puede repercutir en una mayor atención de la UE hacia su flanco oriental. Además, la crisis económica que afecta a la inmensa mayoría de países europeos no es el mejor escenario para comprometer más recursos en las relaciones exteriores de la UE. Así pues – y a la espera de tiempos mejores en el plano económico e internacional – buena parte de los esfuerzos deben canalizarse en mantener en vida lo que actualmente ya funciona y en conseguir que las aportaciones de la cumbre de París tengan una traducción real. En otras palabras, asegurarse de que la ejecución de los proyectos sea más eficaz y que la toma de decisiones sea más ágil. No obstante, a medio o largo plazo deberá darse un salto cualitativo en la política mediterránea de la UE, seguramente actuando de forma más concertada de lo que lo ha hecho Francia en estos meses y con menos afán de protagonismo que el que ha tenido el actual Presidente francés.Informação Complementar Balance de 13 años de Proceso de Barcelona Suele repetirse que el principal éxito del Proceso de Barcelona es que nunca se haya detenido su funcionamiento a pesar del rebrote de conflictos en la región. Así, es el único foro regional que reúne regularmente a árabes e israelíes alrededor la misma mesa. En su dimensión política y de seguridad, el Proceso de Barcelona dejó claro que ni quería ni podía solucionar el conflicto árabe-israelí. A pesar del mantenimiento del diálogo político, estas acciones no han dado frutos para mejorar las perspectivas de paz, apertura política y respeto de los derechos humanos en la región. En la dimensión económica y financiera, se han centrado los esfuerzos en avanzar hacia la creación de un área de libre comercio y ha habido progresos importantes con casi todos los socios. Para evitar las consecuencias negativas de esta liberalización comercial se han creado medidas de acompañamiento que, generalmente, se juzgan insuficientes. Siguen pendientes avances en el campo de la agricultura y en la integración sur-sur. En la dimensión cultural, social y humana, se han puesto en marcha distintos proyectos de cooperación regional, siendo el más notable la creación de la Fundación Anna Lindh para el diálogo de culturas. Desde 2005, hay intentos para potenciar el campo educativo, desde la educación primaria hasta la superior. En este campo se ha intentado promover la implicación de la sociedad civil aunque no siempre se ha conseguido los niveles deseados de representatividad. Desde 2005, se ha abierto un nuevo capítulo en materia de justicia y asuntos de interior con un énfasis especial en la cuestión migratoria. Siguen pendientes reformas en el sistema de visados.* Eduard Soler i Lecha Coordenador do Programa Mediterráneo da Fundación CIDOB - Centro de Investigación de Relaciones Internacionales Y Desarrollo, Barcelona. Referências bibliográficas ALIBONI, Roberto et al, 2008 – «Union for the Mediterranean, building on the Barcelona acquis», in ISS Report n.º 1, Paris, ISS-EU. ALIBONI, Roberto et al, 2008 – “Putting the Mediterranean Union in perspective” in EuroMeSCo Paper, n.º 68. AMIRAH FERNÁNDEZ, Haizam y YOUNGS, Richard (eds.), 2005 – La Asociación Euromediterránea una década después, Madrid, FRIDE, Real Instituto Elcano. ESCRIBANO, Gonzalo y LORCA, Alejandro, 2008 – La Unión Mediterránea: una unión en busca de proyecto, in Documento de Trabajo, n.º 13, Madrid, Real Instituto Elcano. EUROMESCO, 2005 – Barcelona Plus: Towards a Euro-Mediterranean Community of Democratic States, EuroMeSCo Report, Abril de 2005 KHADER, Bichara, 1997 – Le Partenariat Euro-Méditerranéen, après la conférence de Barcelone, Paris, l'Harmattan. SOLER I LECHA, Eduard, 2008 – “Barcelona Process: Union for the Mediterranean, genesis, evolution and implications for Spain's Mediterranean Policy”, in Documento de Trabajo de la Fundación Alternativas, n.º 28*. Madrid: OPEX/Fundació CIDOB. SOLER I LECHA, Eduard, 2008 – “Why Sarkozy's Mediterranean Plan is arousing suspicions” in Europe's World, n.º 8, pp. 107-109. Un proceso en permanente expansión
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