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- JANUS 2007 -



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Estrenos social democráticos en América Latina

Jorge Lanzaro *

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En América Latina, se registra un nuevo desarrollo de los agrupamientos de izquierda o “progresistas”, que en varios países acceden al gobierno, en un campo que registra una marcada diversidad.

En este abanico encontramos figuras populistas o de raigambre “nacional-popular”, que presentan singularidades, pero tienen una tradición abundante en América Latina. En una configuración inédita para la región, surgen al mismo tiempo gobiernos social democráticos en Brasil, Chile y Uruguay.

 

Una “coyuntura crítica”: los partidos en la transición liberal

Estos acontecimientos se producen en el cauce de la transición neo-liberal, que se anuda con las transiciones democráticas y modifica la matriz de desarrollo predominante en el siglo XX, al influjo de la “globalización” y mediante reformas “pro-mercado”. Las transiciones están a su vez signadas por cambios relevantes en el sistema político, el régimen de gobierno, los formatos de ciudadanía y las normas electorales.

Estamos ante un verdadero changement d'époque , que dibuja una “coyuntura crítica”: una rotación histórica de envergadura, que en cada país ocurre de distinta manera y deja resultados diferentes, en lo que toca a las reformas estructurales y a los tipos de democracia. Es un período de “darwinismo político” en el cual los partidos compiten por el rumbo de los cambios y luchan por su propia supervivencia, como seres mutantes, tratando de ajustarse a las exigencias de la transición liberal y de las evoluciones políticas concurrentes.

Los partidos y los sistemas de partidos transitan por esta coyuntura con fortuna variada. La fase de turbulencia puede llevar a situaciones de crisis o al “desplome” del sistema de partidos (Venezuela, Bolivia). Pero puede dar paso a la renovación de los partidos y al progreso de los sistemas de partidos, con unidades antiguas o nuevas. Esto ocurre en países de sistemas de partidos consistentes (Chile, Uruguay) y aun en sistemas más “rudimentarios” (Brasil) o donde hubo por décadas un partido monopólico (México).

Las transformaciones del modelo de desarrollo – que afectan al estado y la política, la relación con el mercado y los modos de regulación económica y social – alteran el catálogo de funciones y los recursos de poder de los partidos, sus pautas de gobierno y legitimación, los linkages con los sujetos individuales y colectivos. Hay una recomposición en el oficio de “partidos de estado” y se ve trastocada la condición de partidos “keynesianos”, que les permitía obrar como productores y distribuidores de bienes públicos y prestaciones reguladoras, a través de programas universales y acciones particularistas, redes corporativas y de clientela.

Tales circunstancias se asocian a las consecuencias del neo-liberalismo y la globaliza-

ción, que recomponen los deficits de antigua data: la pobreza, la desocupación y los altos índices de desigualdad, las formas de marginalidad viejas y recientes, las fronteras de inclusión-exclusión, heterogeneidad y fragmentación, en fin las múltiples manifestaciones de un dualismo que se recrea en esta nueva tanda de modernización capitalista, como contracara de ciertos empujes de crecimiento económico.

En estos escenarios juegan las nuevas reglas del mercado, los recortes en la capacidad del estado para la regulación económica y la producción de bienes y servicios, el estrechamiento de las redes públicas de integración social y regional, una mercantilización que recorta el asistencialismo, así como los logros de welfare y ciudadanía social de los países mejor desarrollados.

Las crisis económicas que estallan a comienzos del siglo XXI agravan dichas tendencias, fomentando la contrariedad con el modelo vigente, que castiga a los responsables de las políticas aplicadas, a través del plebiscito de las urnas – mediante el “voto económico” – o de un incierto “plebiscito de las calles”, con movilizaciones más o menos disruptivas, acarreando el hundimiento de algunos gobiernos que carecen de apoyos partidarios o pierden los que tenían.

 

Del populismo de los antiguos al populismo de los modernos

Tales incidencias marcan una inflexión en el ciclo de fortuna del neo-liberalismo y se delinea una estructura de oportunidad, que abre posibilidades para las alternativas de izquierda. Sin embargo, estas condiciones por sí mismas no son suficientes y solo logran avances tangibles quienes practican estrategias acordes al sistema en que se mueven. Los que son en ésto más exitosos llegan al gobierno en un arco de países importante: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Perú, Venezuela, Uruguay. Este mapa abarca distintas configuraciones, que pueden catalogarse en función del sistema de partidos y del tipo de partido o movimiento predominante, lo que va asociado al estilo de liderazgo presidencial y al modo de gobierno.

Por un lado resaltan las figuras de tipo populista o nacional-popular, que tienen múltiples precedentes en América Latina, con movimientos, partidos y gobiernos de fortuna diversa, como fenómenos de naturaleza política, acoplados a diferentes patrones económicos, en distintas fases históricas.

Los populismos nacen en sistemas de partidos débiles o en descomposición, faltos de pluralidad e institucionalización, como iniciativas de activación política e inclusión social, que apelan a franjas de élite, fracciones de clase y capas bajas en estado de “disponibilidad” a causa de los defectos del establishment . Se trata de movilizaciones adversativas y proto-hegemónicas – ligadas a liderazgos plebiscitarios – que anteponen las identidades sociales a la ciudadanía política, obrando por vía electoral y relaciones de masas, con grados variables de organización.

Las emergencias populistas significativas sobrevienen en las coyunturas críticas, durante procesos de cambio que en otros casos se tramitan por carriles distintos, resaltando las situaciones contrapuestas, que se dan en sistemas formados por partidos de ciudadanos, plurales, competitivos e institucionalizados.

Los populismos “clásicos” se despliegan en la etapa del “desarrollo nacional” con incorporación popular, mediante el keynesianismo “periférico”, la ampliación del estado y del mercado interno, el capitalismo “protegido” y segmentos de integración social, con articulaciones corporativas. Esta tanda del nacionalismo popular dejó experiencias truncas y ejemplos emblemáticos: Vargas y el trabalhismo en Brasil, el peronismo argentino que ha tenido una centralidad larga y accidentada, el régimen de la Revolución Mexicana, que mantuvo hasta hace poco una institucionalidad sólida.

En los 1990 brota un neo-populismo de “afinidades inesperadas”, que va a contrapelo de la tradición desarrollista e impulsa la reestructuración liberal, con incursiones fugaces (Collor de Mello) y trayectorias prolongadas, aunque disímiles (Fujimori o Menem).

Los exponentes actuales se postulan como alternativa al neo-liberalismo y son también diversos. Encontramos aquí recreaciones del nacionalismo popular: en Argentina con el giro que imprime Kirchner al peronismo o en Perú gracias al reciclaje de Alan García y el APRA (1).

En Bolivia, Evo Morales encabeza un movimiento nacionalista indígena y campesino (“etno-populista”), que diversifica su convocatoria y modera su radicalismo, llegando al gobierno con imperativos “refundacionales”, en un país de partidos desbandados, curtido por las desigualdades sociales, étnicas y regionales.

En los extremos, Hugo Chávez encarna un “petro-populismo” pendenciero, que opera en clave de “despotismo democrático”: con triunfos electorales, pero sin equilibrios políticos e institucionales, en vista del derrumbe del sistema de partidos y la ausencia de oposición conducente.

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La social democracia criolla

La actual temporada trae a la vez una gran novedad: el estreno de versiones social democráticas en Brasil con Lula y la coalición formada por el PT; Chile con Ricardo Lagos y Michele Bachelet, salidos del tandem PS-PPD, en alianza con la Democracia Cristiana; Uruguay con el debut de Tabaré Vázquez y el Frente Amplio.

Es un suceso absolutamente inédito para la región, protagonizado por partidos de izquierda reformistas o revolucionarios, que ajustan sus estrategias para competir en sistemas de partidos relativamente institucionalizados y gobernar en democracias plurales, que con estas alternancias muestran su estabilidad.

Motivados por una competencia exigente, estos partidos se convierten en aparatos catch-all de carácter electoral y pierden espesor como partidos de masas, manteniendo frente a los sindicatos balances de “hermandad” y autonomía. Adoptan una ideología “blanda” y abandonan las pretensiones de una transformación “en profundidad” de la sociedad capitalista. Todo ello a cambio de una audiencia diversificada, con alianzas pragmáticas, en pos del avance electoral y la conquista del gobierno, que pasa a ser leit motiv vertebral. Esto ocurre por acumulación mayoritaria propia (Uruguay) o mediante fórmulas de coalición (Brasil, Chile), con modos de gobierno diferentes, pero acudiendo siempre al “revisionismo” ideológico y la competencia hacia el centro.

Por estas “rutas” se llega a configuraciones de tipo social democrático, que por definición presentan dos características básicas: a) Gobiernos compuestos por partidos de izquierda que experimentan los cambios evocados y se integran a la democracia, acatando no sólo las reglas electorales, sino también las garantías y los checks and balances de las instituciones republicanas. Con el “marcapasos” democrático asumen también la economía de mercado y sus restricciones. b) No obstante, en virtud de su biografía y movidos por la misma competencia inter e intra partidaria, tratan a la vez de impulsar políticas distintivas.

Estas fórmulas pueden compararse con las experiencias europeas. Pero se enfrentan a las peculiaridades propias de América Latina. Y sobrevienen en una fase de predominio liberal, lejos de las virtualidades de la era keynesiana. Cabe pues sostener que se perfila en estos casos un “régimen normativo” ( policy regimes , según Adam Przeworski), dado que los partidos gobernantes, independientemente de su matriz ideológica, aplican políticas similares.

Sin embargo, más allá de convergencias y limitaciones, una indagación cuidadosa – que apenas comienza a plantearse – puede mostrar innovaciones en áreas estratégicas: i) política económica, tributaria y laboral; ii) reforma del estado, capacidades institucionales y regulación pública; iii) políticas sociales y planes de “emergencia”; iv) derechos democráticos y derechos humanos, de cara a los legados autoritarios y como avances de desarrollo político.

En un cuadro de restricciones y limitantes, hay grados variables de cortedad y de innovación, que se deben a la productividad diferencial y a la fortaleza política de cada gobierno (liderazgo presidencial, consistencia de las élites, respaldo electoral, representación parlamentaria, construcción de mayorías), en una ingeniería signada por las relaciones de competencia y cooperación entre los partidos y en el seno del círculo dirigente.

Estas experiencias inauguran una senda alternativa, que en paralelo con las rediciones populistas, pueden aprovechar la inflexión “post-liberal” y concurrir al eventual lanzamiento de un nuevo “desarrollismo”. Lo que en este género flamante de las izquierdas latinoamericanas, ocurre mediante agendas reformistas moderadas – más o menos incisivas según el compás político – que se tramitan en régimen de pluralismo partidario, en la ardua tarea de combinar el progreso social y económico con la afirmación de la institucionalidad democrática.

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La “tercera ola” de las izquierdas latinoamericanas: entre el populismo y la social-democracia

Parafraseando a Huntington, cabe afirmar que estamos ante una “tercera ola” de alza de las izquierdas latinoamericanas, contando a partir de las emergencias de los 1960 y 1970 – marcadas por la Revolución Cubana y la tragedia de la Unidad Popular en Chile – con una segunda tanda en los 1980, que viene de los movimientos políticos y militares en Centro América, en particular la Revolución Sandinista.

La fase actual está jalonada por manifestaciones significativas del populismo o del nacionalismo popular (Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela), que remiten a un patrón político históricamente recurrente. Pero por primera vez, América Latina alumbra fórmulas de gobierno social democráticas, que cabe comparar con las europeas, registrando similitudes y diferencias en el desarrollo político y los tiempos históricos. Sabiendo que unas y otras ya no viven en los años “gloriosos” del keynesianismo, sino que tienen que ajustarse a los rigores de la era neo liberal.

Se dibuja así una suerte de continuo, a lo largo del cual se ubica cada gobierno, inclinándose hacia un extremo u otro del espectro: más próximos a las prácticas populistas o a la social democracia criolla. En todos los casos se llega por la vía electoral, pero hay diferencias importantes en el sistema de partidos y el estilo de liderazgo, los modos de gobierno y la calidad de la democracia.

Este nuevo escenario – que requiere análisis y tipologías – está atravesado por una disputa de “modelos”, posiciones y liderazgos. Entre los distintos exponentes de las nuevas izquierdas hay sin duda “vasos comunicantes”, pero también pases de confrontación, a veces discretos a veces ruidosos, en los que resalta el belicoso protagonismo de Chávez. Tal competencia política e ideológica se hace sentir en los ámbitos nacionales, en los alineamientos regionales y en las relaciones internacionales, en los procesos de integración o en las rencillas y acercamientos bilaterales, generando encuentros y desencuentros en las propias tiendas de izquierda.

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1 - El PRD mexicano – enfrentado a los resultados de una elección reñida y polémica – es producto de desgajamientos del PRI, suma núcleos de la izquierda tradicional y retoma el nacionalismo popular, al influjo de liderazgos personalistas (Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador).

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* Jorge Lanzaro

Investigador no Instituto de Ciência Política da Universidade da República (Uruguay). Autor dos seguintes livros: “La izquierda uruguaya, entre la oposición y el gobierno”; “Tipos de Presidencialismo y Coaliciones Políticas en América Latina”. Como Coordenador de um Grupo de Trabalho do Consejo Latino Americano de Ciencias Sociales, prepara uma colecção de estudos sobre a esquerda na América Latina.

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